“Hasta que no hayas amado a un animal, una parte
de tu alma permanecerá dormida”- Anatole France
Una tarde de primavera, caminaba por el majestuoso cementerio de Aoyama en Tokio buscando la tumba de Hachiko, estaba nublado y el silencio imperaba, convirtiendo ese lugar en un remanso de paz, algunas personas limpiaban las tumbas de sus familiares, la brisa movía los enormes árboles que cobijaban a tantas almas que ya no estaban en este mundo y entre todas esas tumbas, una muy especial se encontraba en la calle 6. Allí descansaban los restos del profesor Ueno y justo a su lado un monolito con flores frescas y un perrito de goma acompañaban al profesor, al igual que durante su vida hizo este maravilloso perro fiel de nombre Hachiko.
Esta historia empieza en 1923 cuando un perrito de raza
Akita nació en Odate al norte de Japón. Un profesor llamado Eusaburo Ueno que impartía
clases en la Universidad de Tokio lo adoptó y fue enviado a Tokio en tren, dos
largos días transcurrieron hasta que el animalito llego a su destino, había
estado en una jaula, sin nada que comer ni beber y cuando el Sr. Ueno lo vió
creyó que estaba muerto, éste le acercó un cuenco con leche y el animal
revivió. El can tenía en esos momentos 2 meses de vida y a pesar de que era un
regalo para su hija, pronto esta tuvo que abandonar el hogar familiar por
quedarse embarazada y casarse, para ir a vivir a un lugar lejano.
Por este motivo, el profesor adoptó a Hachiko, a tal
punto se hicieron amigos, dueño y perro, que incluso cuentan que se bañaban
juntos. Cada día acompañaba a su amo a la estación de Shibuya y regresaba por
la tarde a recogerlo, así transcurrían los días, hasta que un fatídico día de mayo el profesor murió mientras
daba clases. Hasta ese momento la vida de Hachiko había sido infinitamente
feliz, pero su nueva realidad iba a
cambiar para transformarse en años de
penuria.Hachiko desconocía que su dueño nunca más regresaría y cada día durante 10 años fue a esperarlo a la estación, cuando las personas salían de la estación, Hachiko estaba pendiente entre la multitud, mirando por si veía el rostro de su amigo.
La esposa del profesor Ueno no podía cuidarlo y lo regaló
a unos familiares, que cansados de que se escapara cada día se lo devolvieron a
la viuda, pero ésta tuvo que abandonarlo a su suerte.
Los transeúntes que conocían al profesor Ueno y que lo
habían visto siempre con su perro, empezaron a sentir tristeza al ver al pobre
animalito esperando en vano a alguien que jamás regresaría, no importaban las
inclemencias del tiempo, podía llover, nevar, hacer un calor sofocante, pero
Hachiko siempre estaba en la plaza de la estación esperando que apareciera su
amigo del alma.
Algunas personas desearon adoptarlo, pero él se resistía
en irse de allí, sabía que el profesor no podía haberlo abandonado, creía firmemente
que él regresaría.
En abril de 1934 la maravillosa gente de Shibuya contrató
a un famoso escultor Teru Ando, quien esculpió a Hachiko en bronce, la estatua
representaba la lealtad más profunda. El día que colocaron la estatua, Hachiko
fue testigo, pues la colocaron donde él siempre se sentaba a esperar.
Un año después el 7 de marzo de 1935 Hachiko falleció al pie de
su propia estatua.
Esta historia me conmovió por la lealtad tan profunda que
un animal puede sentir por un ser humano, cuántos de nosotros tenemos perros y
sabemos lo leales que son.
Ésta tal vez sea la historia más conocida en el mundo,
pero no la única.
Hoy en día cada 8 de abril se conmemora a Hachiko en la
plaza que se convirtió en su hogar esperando a aquella persona que tanto amo,
el profesor Ueno.
Historias como las de Hachiko existen y seguirán
existiendo a lo largo de los siglos porque los canes son seres fieles y leales
a sus dueños, creo sinceramente que deberíamos aprender mucho de ellos y a
aquellas personas que los maltratan y abandonan, si realmente tienen un ápice de sensibilidad,
deberían replantearse su vida, que recuerden que la vida es como un boomerang,
lo que lanzas recibes y si lanzas dolor, recibirás lo mismo a cambio.
Nos sentimos orgullosos de ser humanos porque somos prepotentes
y creemos ser los mejores de la tierra, sinceramente creo que somos seres muy
imperfectos, debemos aprender mucho de
todos los demás animales que nos rodean, si fuéramos fieles como Hachiko, las
cosas estoy segura nos irían mucho mejor, cuando me refiero a la fidelidad no
es solamente a nivel de pareja, me refiero a todos los niveles, ya sean
empresariales o de amistad.
En memoria de Hachiko y de todos los perros fieles que
han sido como él, recordémoslos para que siempre sigan vivos en nuestra mente y
podamos aprender de ellos a ser mejores personas.
Gracias Hachiko.
Abandonamos el
cementerio en silencio, acompañada de mi esposo y gran amigo Georges, habíamos conseguido
nuestro objetivo, visitar su tumba, el silencio seguía imperando por doquier, sólo el movimiento de las ramas de los árboles
transmitían un leve sonido de serenidad y como punto final, el cielo gris daba
su punto mágico a aquel lugar.